EQUIPAJES Y MALETAS
Había planificado aquel viaje durante meses, pero el día antes de emprenderlo le asaltaron las dudas. Al final, reunió la energía suficiente y se detuvo. Se sentó en una silla, junto a la cama, y examinó aquel objeto de cuero, cerrado y rectangular, que contenía en su interior la historia resumida de su vida. Pasó mucho tiempo quieta y en silencio sin llegar a tocarlo, como si se tratase de un preciado icono ante el que se medita o se reza. Con los primeros gritos de los vencejos y la caída del sol, filtrado por las cortinas de su apartamento, desistió con melancolía del imperativo que le había acompañado en el último año: reconquistar lo perdido. Y así, vació la maleta. La vació poco a poco, devolviendo cada cosa al mismo lugar del que la había tomado. Ya casi había entrado la noche cuando se sentó de nuevo en la silla, junto a la cama y frente a la maleta. Aquel objeto, ahora desplegado en dos partes simétricas, le recordaba a un gran libro abierto al que le hubieran arrancado todas las páginas. Una maleta abierta y vacía, un libro abierto y vacío. Ella era ese libro. Intentó contenerse, pero las lágrimas descendieron por sus mejillas con idéntica velocidad y osadía a la que habían mostrado los vencejos en sus gritos y piruetas. Luego se secó el rostro con el pañuelo de seda azul que había reservado para el viaje, y logró serenarse tras reprimir otra avalancha de sollozos. Siguió sentada y absorta ante la maleta hasta que el espacio quedó sometido a una extrema penumbra, solo interrumpida por el balanceo de la luna en la cortina. Llamaron al telefonillo, pero no respondió. Después se escucharon pasos encaminándose hacia la puerta. Sonó el timbre dentro y fuera de la casa, pero tampoco contestó. Era su exmarido. Cuando se marchó, después de insistir varias veces al timbre, el telefonillo y el móvil, ella encendió la luz y abrió un cofre que permanecía sobre la mesilla de noche. Extrajo de este una llavecita, se acercó al armario y la introdujo en el único cajón con cerradura. Lo deslizó hacia fuera y observó su contenido: allí estaba la cadena, la larga cadena. Semejaba a un cordón umbilical metálico o a una serpiente pétrea y plateada que dormía. La observó con atención durante unos instantes. ¿Era él la cadena y ella la maleta, o viceversa? Se quedó pensando. Luego la dejó con cautela en la maleta. La observó de nuevo. Echó la cremallera, tomó aquel equipaje y cogió un taxi hacia la estación creyendo que aún existía la posibilidad de alcanzarlo y sorprenderlo.
*Textos grabados en EL ESTUDIO HAIKU por cortesía de Pablo Ramírez Bravo.